
Por Nuria Higuero, Psicóloga General Sanitaria.
Recuerdo perfectamente a una mujer, sentada al borde del sofá de mi consulta en Málaga, con las manos inquietas y la mirada esquiva. «En realidad no sé si debería estar aquí», me confesó. «Hay gente con problemas mucho peores. Yo solo… no me siento bien, pero tampoco es para tanto, ¿no?».
Esta escena la veo con frecuencia. Muchas personas llegan después de meses —a veces años— debatiéndose entre la necesidad de ayuda y la duda de si sus dificultades «merecen» atención profesional. Como si existiera un umbral de sufrimiento que hay que cruzar para tener derecho a ser escuchados.
La realidad es que no existe tal umbral. Y sin embargo, la pregunta persiste para muchos: ¿cómo saber cuándo es momento de buscar terapia?
El mito del «no es para tanto»
Nuestra cultura ha normalizado ciertos niveles de malestar. Asumimos que es normal sentirse constantemente agotados, preocupados o insatisfechos. «Es la vida», nos decimos. «Todo el mundo está estresado».
En consulta, he escuchado frases como «Tengo un trabajo, una familia, un techo… ¿de qué me quejo?».
Lo que esta persona experimentaba, como tantas otras, era lo que los psicólogos llamamos «normalización del malestar». Comparamos nuestro sufrimiento con el de otros y, si no estamos en una crisis evidente, concluimos que no tenemos derecho a buscar ayuda.
La investigación, sin embargo, nos dice algo diferente. Estudios muestran que el malestar psicológico no atendido tiende a cronificarse y, con el tiempo, manifestarse en síntomas más severos o problemas físicos. La prevención y la intervención temprana no son lujos; son inversiones en nuestra salud integral. Mejor prevenir que curar, ¿no?
Señales que no deberíamos ignorar
Entonces, ¿cuáles son esas señales que nos indican que podría ser momento de buscar apoyo profesional? Después de años acompañando a personas en sus procesos terapéuticos, he identificado algunos indicadores clave:
1. Cuando tus emociones interfieren con tu vida cotidiana.
Es común experimentar ansiedad ocasional o tristeza pasajera, pero cuando estas emociones comienzan a afectar tu funcionamiento diario, es momento de prestar atención. Imagina no poder concentrarte en el trabajo porque la ansiedad te paraliza ante decisiones simples, o quedarte trabajando hasta la madrugada para compensar el tiempo perdido en preocupaciones.
Cuando nuestras emociones —ya sea tristeza, ansiedad, ira o apatía— comienzan a interferir con nuestra capacidad para trabajar, relacionarnos o disfrutar, es una señal clara de que algo necesita atención.
2. Cuando tus mecanismos de afrontamiento te perjudican.
Todos desarrollamos estrategias para lidiar con el estrés y las emociones difíciles. A veces empiezan siendo aparentemente inofensivas: una copa para relajarse después del trabajo, compras para animarse, o trabajar horas extra para evitar pensar. El problema surge cuando estas estrategias se convierten en patrones que generan sus propias dificultades.
El alcohol, las drogas, el trabajo excesivo, la comida, las compras compulsivas… Muchas veces recurrimos a estos mecanismos para gestionar emociones difíciles. Cuando notamos que dependemos de ellos o que nos están causando problemas adicionales, es momento de buscar alternativas más saludables.
3. Cuando experimentas cambios significativos en tus patrones básicos.
Nuestro cuerpo suele ser el primero en señalar que algo no va bien. Los cambios en el sueño (como despertarse constantemente a las 4 de la madrugada con pensamientos acelerados), alteraciones en el apetito, disminución de energía o cambios en la libido son señales de alerta que no deberíamos ignorar.
La neurociencia ha demostrado que estos sistemas están íntimamente conectados con nuestra salud mental. Un cambio aparentemente simple en estos patrones puede ser la primera manifestación de un malestar psicológico que, atendido a tiempo, tiene mejor pronóstico.
4. Cuando las relaciones importantes se deterioran.
Las dificultades para comunicarse con la pareja, conflictos recurrentes con familiares o amigos, o un creciente aislamiento social son indicadores importantes. A menudo, nuestras relaciones reflejan nuestro mundo interno.
La calidad de nuestras relaciones es uno de los predictores más potentes de nuestra salud mental y física. Estudios longitudinales como el Harvard Study of Adult Development han demostrado que las relaciones satisfactorias son el factor que mejor predice la felicidad y la longevidad.
5. Cuando atraviesas transiciones vitales significativas.
Los cambios, incluso los positivos, generan estrés. Un nuevo trabajo, una mudanza, la maternidad o paternidad, la jubilación, una ruptura… Estos momentos de transición ponen a prueba nuestros recursos psicológicos.
Es perfectamente normal sentirse abrumado durante estos periodos. La maternidad/paternidad, por ejemplo, puede traer consigo una mezcla de alegría y agotamiento, junto con cuestionamientos sobre la propia identidad. La terapia puede ofrecer un espacio para integrar estos cambios sin juicios ni expectativas idealizadas.
6. Cuando el pasado irrumpe en el presente.
A veces creemos haber «superado» experiencias dolorosas, hasta que algo las reactiva. Puede ser un aniversario, una situación similar a la traumática, o incluso ver a nuestros hijos alcanzar la edad que teníamos cuando vivimos algo difícil.
La investigación sobre trauma muestra que nuestro cerebro almacena las experiencias adversas de formas complejas. A veces, lo que creemos «superado» simplemente ha sido encapsulado, esperando el momento y el contexto adecuados para ser procesado.
Más allá del problema: la terapia como crecimiento
Hasta ahora he hablado de señales de malestar, pero hay otra perspectiva igualmente válida: la terapia como espacio de crecimiento y autoconocimiento.
Muchas personas buscan terapia en momentos de estabilidad, no porque estén mal, sino porque desean entenderse mejor y desarrollar aspectos de sí mismas que sienten que han quedado en segundo plano. Este enfoque preventivo y de desarrollo personal es tan válido como buscar ayuda en momentos de crisis.
La investigación muestra que el trabajo terapéutico no solo alivia el sufrimiento, sino que puede potenciar nuestras fortalezas, clarificar nuestros valores y ayudarnos a construir una vida más plena y con sentido.
Desmontando resistencias comunes
A pesar de los avances en la comprensión social de la salud mental, siguen existiendo resistencias a buscar ayuda. Estas son algunas de las más frecuentes que encuentro en mi práctica:
«La terapia es para gente con problemas graves».
La realidad es que la terapia es útil en un espectro muy amplio de situaciones, desde dificultades cotidianas hasta trastornos complejos. No necesitas estar en crisis para beneficiarte.
«Debería poder resolverlo por mi cuenta».
Esta creencia refleja un valor cultural de autosuficiencia que, llevado al extremo, resulta contraproducente. Nadie esperaría que te extraigas una muela o te trates una fractura sin ayuda profesional. La salud mental merece el mismo respeto.
«Hablar de mis problemas no cambiará nada».
La evidencia científica contradice esta idea. Décadas de investigación muestran que la psicoterapia es efectiva para una amplia gama de dificultades. Además, las técnicas terapéuticas actuales van mucho más allá de «solo hablar». ¡No te imaginas todo lo que hay detrás de una simple conversación en terapia!
«No tengo tiempo/dinero para terapia»
Es cierto que existen barreras prácticas de acceso. Sin embargo, cada vez hay más opciones adaptadas a diferentes necesidades: terapia online, servicios públicos, tarifas reducidas. La pregunta clave es: ¿qué coste tiene para tu vida no atender tu bienestar emocional?
El primer paso
Si te has identificado con alguna de las señales que he mencionado, quizás te estés preguntando: ¿y ahora qué?
El primer paso es, simplemente, permitirte considerar la posibilidad. Buscar información, tal como estás haciendo al leer este artículo, es ya un acto de autocuidado.
El segundo paso podría ser una consulta inicial con un profesional. Esta primera sesión no te compromete a un proceso largo; es una oportunidad para evaluar si te sientes cómodo/a y si el enfoque del terapeuta resuena contigo.
En mi experiencia, muchas personas experimentan alivio simplemente al poder hablar abiertamente en un espacio seguro sobre cosas que han guardado durante años.
Una invitación, no una prescripción
Este artículo no pretende convencerte de que necesitas terapia. Mi intención es ofrecerte criterios para que puedas tomar una decisión informada sobre tu bienestar emocional.
La terapia no es una panacea ni la única vía de crecimiento personal. Es una herramienta, poderosa y respaldada por evidencia, pero una herramienta al fin y al cabo.
Lo que sí puedo afirmar, después de años acompañando a personas en sus procesos, es que pocas decisiones tienen tanto impacto en nuestra calidad de vida como la de atender nuestra salud mental.
La esencia de la terapia no es «arreglar» lo que está mal, sino abrir caminos hacia una vida más consciente, más plena y más auténticamente nuestra.
Si algo de este artículo ha resonado contigo, quizás sea el momento de dar el siguiente paso: contacta conmigo al +34 604 886 251 o nuriahigueroflores@gmail.com para una primera conversación sin compromiso. Mientras tanto, puedes seguirme en @psiconuri para más contenido sobre bienestar emocional.
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